Carboneros, lavanderas, papamoscas y madroños al lado del cole

Que en plena ciudad de Madrid haya coches, farolas, edificios, centros comerciales, semáforos y asfalto, mucho asfalto, es algo visto, asumido y normalizado por cualquier escolar. Pero eso de que descubran, también al lado del cole, madroños, lavanderas cascadeñas, carboneros comunes, escaramujos y papamoscas cerrojillos les suena a algo desconocido y hasta exótico. Cuatro grupos de cuarto de primaria del colegio Juan de la Cierva de Villaverde disfrutaron por primera vez con una biodiversidad urbana que está deseando darse a conocer, comprender y cuidar.

Los carboneros comunes son acompañantes habituales de nuestras «aulas en los parques». Fotografía: Nicolás Pinedo

El que englobemos nuestras actividades bajo la denominación de Aulas en los parques no tiene otro sentido que el que apunta el término: conocer y aprender de y con la naturaleza que tenemos al lado de casas y centros escolares. Es impresionante y aleccionador todo lo que desean contarnos no solo las aves, los arbustos y los árboles sobre sí mismos, sino también cómo interactúan con las personas y el asfalto que les rodean.

Durante las cuatro salidas que hemos realizado recientemente con otros tantos grupos de cuarto de primaria del CEIP Juan de la Cierva del distrito de Villaverde de Madrid, no salían de su asombro cuando, aparte de urracas, palomas torcaces, tórtolas turcas y gorriones comunes, no habíamos recorrido ni el largo de un campo de fútbol y nos habían saludado también carboneros comunes, petirrojos y currucas cabecinegras.

Estos hermosos frutos de madroños se contemplan ahora en muchos parques y jardines de Madrid

Cuando nos paramos a esos escasos metros del cole a escuchar el “chi chi pán, chi chi pán, chi chi pán” del carbonero común encaramado en un olmo, no solo alumnos y profes guardaban un expectante silencio, también lo hacían las personas que acababan de dejar a sus peques en el cole, iban con el carrito camino de la compra o salían o venían de correr.

Siempre diseñamos itinerarios que pisen lo menos posible el asfalto, que nos permita emboscarnos al máximo entre la vegetación que crece en parques, jardines y bulevares. Solo así, camino del río Manzanares, tienes la oportunidad de dar con un madroño en plena fructificación, con algunos de sus frutos más maduros ya picados por los petirrojos y mirlos comunes que se oyen en el entorno.

El vertido y abandono de residuos es uno de los impactos que desgraciadamente aparece en muchas de nuestras rutas

Desgraciadamente, todo recorrido da también para contemplar demasiada basura tirada en esas mismas zonas verdes, edificios poco amigables con las aves (rectilíneos, sin tejados, acristalados…), parques con praderas demasiado uniformes y “limpias”… Y hasta el impacto que ocasionamos con eso de abandonar animales cuando nos cansamos de tenerlo en casa, como es el caso de las cotorras argentinas.

Y llegamos al río Manzanares, un aula que da para infinidad de clases sentados en su orilla: dinámica fluvial, geografía, ciclo del agua, depuración de aguas, bosques de ribera, anátidas, aves marinas, contaminación por plásticos… ¿Por dónde empezamos? Pues por esa hermosa pareja de lavanderas cascadeñas que van y vienen entre la vegetación que crece precisamente en la orilla.

Las orillas del río Manzanares son un balcón privilegiado hacia la biodiversidad urbana fluvial

Dos tortugas de Florida soleándose sobre una piedra, una gaviota sombría sobre una farola (¿pero qué hará en Villaverde, sin un metro de costa, un ave marina?) y esa acusada diferencia entre el macho y la hembra del ánade azulón dan para más clases interesantes. Por no hablar del “exotismo” de los tarayes y los escaramujos que crecen también en la orilla del Manzanares y que los escolares identifican por primera vez.

Queda la vuelta al cole y para algunos el “no profe, todavía no, no quiero que se acabe, ¿ya no vemos más?”. Error, el regreso hacia las aulas bajo techo nos reserva muchas más sorpresas mientras seguimos en las aulas al aire libre: ver de cerca los impresionantes “edificios de viviendas” de las cotorras, un papamoscas cerrojillo que nos posa en un banco, cajas nido en un parque para ayudar a encontrar refugio a las aves, cantos corales de jilgueros entre mimosas y falsos plátanos…

“Nos han dicho varios alumnos y alumnas que les encantó la excursión, y eso no lo suelen decir a menudo, y son sinceros”, nos dijo Pilar, una de las profes de cuarto del Juan de la Cierva cuyos peques ya habían probado Aver Aves, mientras recogíamos a los de otro cuarto. Y lo entendemos, sobre todo por aquello de descubrir todo lo que la biodiversidad urbana nos enseña pero no la miramos ni escuchamos. Ya estamos deseando hacer lo mismo con los próximos coles e institutos de Madrid que se han apuntado a las Aulas en los parques de Aver Aves.

Casi punto final de campeonato observando a un papamoscas cerrojillo posado en un banco
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