A Carabanchel nos hemos venido en Metro, apretujados y bamboleantes, con los prismáticos al cuello, los ojos enfocados y el oído afinado desde casa para escuchar y ver pájaros en el centro de Madrid.
Somos un grupo pequeño, heterogéneo, todos parados en la acera, mirando hacia arriba, trípode en el centro, señalando una cornisa del Hospital Gómez Ulla.
Los transeúntes intrigados nos miran mirar, buscar en el aire, en las ramas, en los escasos setos que sobreviven al urbanismo.
La pareja de halcones peregrinos que habitan la cima del edificio nos dan la bienvenida yendo y viniendo del nido al espacio lanzándose desde el sucedáneo de acantilado.
La pareja de guías, una mujer y un hombre en su versión mejorada de lo humano, un par de seres sensibles, volátiles también, discriminan los cánticos e identifican las aves minuciosamente, entre el rumor de coches y el trajín metropolitano y tras ellos, avanzamos, más gravitatorios, la bandada de torpes aprendices, revisando Carabanchel, escuchando el barrio de Aluche, inspeccionando Latina.
Percibimos entre luces y sombras, hierba y asfalto, polución y aire fresco, 22 especies de pájaros, su terciopelo contra nuestro hormigón, su ascensión contra nuestro declive, biodiversidad contra todo pronóstico.
Nos dejamos nombrar por sus cantos, los protegemos en nuestra complicidad, en el anonimato que les da su camuflaje, su existencia cotidiana y oculta a los paseantes y sus máquinas.
Con admiración respetamos su sorprendente inteligencia vital, en un entorno a priori desfavorable, celebramos la existencia, la presencia, gozo minúsculo e intenso, clandestino placer, dulce experiencia de supervivencia y adaptación.
Son los ojos del cielo, la voz del árbol, el corazón del parque.
Son un regalo fugitivo, avistado rastro, vuelo desvelado, nido secreto, seductoras alas.
Acabado el recorrido, nos alejamos dispersándonos, rumbo a casa, sabiéndonos observados en una suerte de libertad vigilada, intuimos sus miradas discretas desde las altas ramas posarse leves en nuestro hombro como un cosquilleo reconciliador, nos perdemos con las manos vacías y los cientos volando nos despiden en sus trinos triunfantes.
Maravillosa fauna son los amantes de las aves y sus pájaros.