Robles, encinas y alcornoques junto al asfalto

Y romero, espliego, olivos, almeces, olmos, pinos, cedros… Y, claro, papamoscas, carboneros, currucas, mirlos, verdecillos, pitos reales… Hace un año, tras nuestro paseo por parques del distrito madrileño de Moratalaz, advertimos que dejábamos para más adelante el de la Cuña Verde de O’Donnell. Aquí le tenéis, familias y escolares que vivís y estudiáis en su entorno, y visitantes en general. Le falta todavía un hervor de crecimiento (en especial las áreas forestadas), y eso las aves lo saben, pero la variedad botánica y ornitológica nos volvió a demostrar que conocer y pasear entre la biodiversidad urbana supone toda una aventura muy saludable.

En primer plano, la vegetación que se levanta en el parque de la Cuña Verde de O’Donnell, en segundo plano la ciudad de Madrid y al fondo la sierra

Una de la últimas entradas al blog de SEO/BirdLife recoge un artículo de José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología Ambiental al que recomendamos seguir allí donde preste su palabra y su letra. Dice: “Entre las patologías cuya incidencia se ha incrementado notablemente se menciona la obesidad infantil, el asma, los trastornos por déficit de atención e hiperactividad y la hipovitaminosis D (déficit de vitamina D)”. Y concluye: “Todas estas patologías están relacionadas con un patrón de sedentarismo que caracteriza la vida actual en prácticamente todos los sectores socioeconómicos, y sobre todo en las ciudades”.

Doce de la mañana en una zona infantil del parque: cero niños y niñas. Mal síntoma para combatir el trastorno por déficit de naturaleza entre los peques

Y diréis, ¿a qué viene esto? Pues a que, para no variar, en el parque de la Cuña Verde de O´Donnell, más allá de algunos corredores (a pie y en bici), paseantes de perros y personas mayores caminando a buen paso, encontramos contadas personas disfrutando del paisaje, descubriendo y perdiéndose entre sus bosquetes, parterres, miradores y praderas. Comprobamos cómo los parques infantiles estaban desiertos de peques (la foto de arriba lo atestigua). De ahí este empeño en combatir el “trastorno por déficit de naturaleza” que denuncia Corraliza, y que aqueja a nuestra sociedad (especialmente a niños y niñas), con la invitación a visitar los parques urbanos y, aún mejor, a hacerlo de nuestra mano, para descubrir las aves que los habitan.

Solo así, sentados a la sombra de un pinar menos denso, pero salpicado de encinas y alcornoques, se podrá apreciar las piruetas en los árboles de los herrerillos y carboneros (garrapinos y comunes). Ahora, ya lo hemos contado varias veces por aquí, es buena época también para presenciar a numerosos papamoscas cerrojillos en paso migratorio hacia el sur. Ajenos a las acrobacias de los arriba mencionados, se posan y ciernen continuamente desde las ramas más bajas de los árboles en busca del sustento culinario que les permitirá proseguir su periplo migratorio. Se nos escapó otro migrante en paso, el colirrojo real, que sí vimos el año pasado cerca de aquí.

Los bosquetes del parque suponen una buena dosis de oxígeno para las urbanizaciones cercanas

Aunque al parque le falten unos años de crecimiento vegetativo para alcanzar su punto fuerte de biodiversidad, la variedad de ambientes y la superficie del mismo (casi como El Retiro) le van dotando de empaque como área verde urbana de referencia. Algunos caminantes nos recomendaban que no dejáramos de subir al mirador, “que se ve el 80% de Madrid”. Y así posiblemente sea. Entre la vegetación más exótica (perales y cerezos de flor, manzano japonés, cedros, arbustos con rosáceas…) y los reclamos de currucas cabecinegras se accede a lo alto del parque, desde donde se presencia gran parte del skyline capitalino con la sierra de Guadarrama al fondo.

Un agradable paseo entre robles y pinos para abstraerse del «mundanal ruido»

Aparte de las recomendaciones de los sabios del lugar y de pararse en esos bosquetes mixtos de pinos, encinas y alcornoques, recomendamos no desechar los bordes este y oeste del parque. Es cierto que aún perviven zonas muy maltratadas, con vertidos ilegales y asentamientos chabolistas, pero también es zona de tránsito entre la vegetación natural y la plantada, con matorrales ralos, olmedas (acogotadas por las enfermedades y el invasor ailanto) y querencias para mosquiteros, colirrojos, palomas torcaces y hasta abejarucos.

Tampoco se nos olvida mencionar que el parque de la Cuña Verde de O’Donnell es una realidad desde 2006 gracias a las reivindicaciones de los vecinos y vecinas de la zona, que lo reclamaron por primera vez en 1999 y formó parte de un acuerdo firmado en 2003 con la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos. Solo falta que estos mismos habitantes del lugar se vengan con Aver Aves y les mostremos, con las aves por delante, la rica biodiversidad que va creciendo en su interior y que tienen que salir a degustar.

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